Cierro los ojos y respiro.
Antes de que el color toque el lienzo, ya hay una historia latiendo dentro de mí. Una emoción busca salida, y la forma en que se abre paso —grande o diminuta, suave o intensa— dice más de mí que cualquier palabra.

🌾 El trazo es un pulso del alma

He aprendido que el tamaño de los trazos en pintura no tiene que ver con la técnica, sino con el estado interior desde el que pinto.
Cuando mis movimientos son amplios, casi danzantes, siento que estoy liberando algo: una emoción que se ahogaba, una idea que por fin se atreve a salir.
Esos trazos grandes, sueltos, respirados, son un acto de expansión.
Como si dijeran: “Estoy viva. Estoy aquí. Ocupo mi espacio.”

En cambio, hay días en que mi mano se recoge. El gesto se vuelve pequeño, preciso, casi tímido. Es entonces cuando pinto desde la introspección.
No es miedo, es escucha. Es el alma volviendo a su centro, como quien se arropa.
Los trazos pequeños me enseñan que no todo tiene que ser grande para tener fuerza.
A veces, lo más delicado también grita su verdad en silencio.

🕯️ Lo que no dices, pero pintas

Cuando miro un cuadro, sé si fue pintado desde la prisa o desde la presencia.
El tamaño de los trazos en pintura revela si estabas queriendo controlar… o dejando fluir.
A veces el trazo grande es un grito que busca libertad.
Otras, el trazo pequeño es una caricia que pide ternura.

Y entre ambos, hay una danza invisible.
El alma no es lineal: se contrae, se expande, se defiende, se entrega.
Cada movimiento del pincel es una traducción de ese vaivén.

He comprendido que pintar es como respirar: cuando exhalo, mis trazos se agrandan; cuando inhalo, se hacen íntimos.
No puedo fingirlo. El lienzo lo sabe todo.

🌸 Cuando el gesto libera al cuerpo

Hay algo sanador en pintar sin pensar en el resultado.
Cuando dejo que mi cuerpo marque el ritmo, el tamaño de los trazos se vuelve una extensión de mi respiración.
Los brazos se abren, el aire entra, el color se mueve.
Y ahí, sin darme cuenta, mi sistema nervioso también se calma.

No necesito entenderlo: simplemente ocurre.
El cuerpo encuentra su propio lenguaje, uno que no juzga ni compara.
Un lenguaje que me devuelve a mí.

Una vez una mujer me dijo al terminar de pintar:

“Sentí que por fin podía respirar de verdad.”
Y me reconocí en ella. Porque en cada trazo, grande o pequeño, también yo vuelvo a respirar.

🌙 Cuando el silencio se pinta solo

Hay momentos en los que no quiero que nada se mueva.
Solo observo cómo el pincel toca el lienzo con la misma delicadeza con la que se acaricia un recuerdo.
El trazo es mínimo, casi invisible, pero guarda un universo.
Y entonces entiendo que no hay un tamaño correcto.

Hay un tamaño honesto.
El que nace de lo que sientes en ese instante.
El que no busca agradar ni impresionar.
El que simplemente es.

Pintar desde ahí es una forma de oración.
No pido nada, no espero nada.
Solo estoy.

🌤️ Cuando pintas, te pintas a ti

Con los años he descubierto que cada cuadro que nace de mí es también un autorretrato emocional.
En cada uno se puede leer mi respiración, mis miedos, mi deseo de abrir o de protegerme.
A veces los trazos grandes son la prueba de que por fin me atreví a ocupar mi vida.
Y los pequeños, un refugio donde vuelvo a recordar quién soy.

Quizás por eso amo tanto el momento en que el pincel toca el lienzo.
Porque sé que, sea grande o diminuto, cada trazo me devuelve a casa

El alma no pinta con colores. Pinta con gestos.